martes, 23 de abril de 2013

DEDICADO AL AYUNTAMIENTO DE JEREZ EN EL DIA DEL LIBRO.





Para conmemorar a los grandes escritores que en el pasado dejaron su huella, vuelvo a la poesía de Góngora, cuyo desengaño y belleza formal son el consuelo de los groseros años que estamos viviendo. No menos zafios que los del pasado, pero en aquéllos hubo talento y se crearon grandes obras de arte. Hubo saqueo, pero hubo belleza en templos y palacios. 



Hubo hombres de talento y sus palabras siguen consolando con su belleza tanto en nuestra desolación interior, cuando el peso de la vida nos abruma, como en la desolación exterior, cuando nada funciona en este país ni en esta ciudad de sordos y de ciegos, y no me refiero a los discapacitados físicos, sino a los que ocupan puestos que les viene grandes y no son mas que títeres en manos de la invencible Prusia, mientras  nosotros lo somos también con ellos.




Acudo a la descripción de los desastres naturales que el poeta
dice haber presenciado mientras piensa en "su  Celalba", pero abstraído en sus sufrimientos, ni poco ni mucho se preocupó de ellos. Esos desastres ocurrían, en realidad, dentro de su propio espíritu, en plena tormenta amorosa, que no política.

Todos estos avatares extremos han caído también sobre nuestro Palacio, hoy al borde de la extinción y por ello triste y abatido.

Es un edificio de 1542, ni es una pirámide ni un zigurat, pero como ellos, ha sufrido el descalabro del tiempo y del olvido, recibe la herida del Levante y sirve de apoyo a los borrachos y bolizas-fumetas que lo frecuentan a cualquier hora y cualquier día, sirve para meter basuras debajo de su puerta y los yerbajos que al parecer quitaron el año pasado habrán crecido ya, porque la vida no se detiene  abriendose paso entra las piedras de sus muros.

 
Quienes presenciamos la inmundicia que corroe nuestra ciudad, los coches cruzando veloces las calles centenarias,  la innoble música que atruena lugares que fueron hechos para el reposo, pensamos que un diluvio universal sería poco para acabar con los irresponsables que lo consintieron y llevaron a esto,  a los descerebrados que, mirándose el ombligo y gobernando para el interior de su Ayunta-miento, tampoco se han preocupado "más que de sus cuidados", sólo que sin ser el inmenso Don Luis de Góngora. Y nosotros, vemos las ruinas como antaño se vieron las de Roma, con una reflexión melancólica, aunque ahora tras la tristeza viene el cabreo y luego vendrán los votos:

 

Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse vientos,
altas torres besar sus fundamentos
y vomitar la tierra sus entrañas;

duras puentes romper, cual tiernas cañas,
arroyos prodigiosos, ríos violentos,
mal vadeados de los pensamientos
y enfrenados peor de las montañas;

los días de Noé, gentes subidas
en los más altos pinos levantados,
en las robustas hayas más crecidas.

Pastores, perros, chozas y ganados
sobre las aguas vi, sin forma y vidas,
y nada temí más que mis cuidados. 



Celalba y el poeta, mirarán en torno a la desolación que la indiferencia de una y "los cuidados" del otro han ocasionado, dejando países, ciudades  y familias en el abandono y el olvido. Y en nuestro caso, además, un Patrimonio arrasado, inculta y bestialmente arrasado. Pero no olvidemos que "Quien a hierro mata, a hierro muere" y que "A cada cerdo le llega su San Martín".

¡Feliz Día del Libro, Señores!

Esperanza de los Ríos.










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