martes, 25 de junio de 2013

"Paseando por las horas pasadas".



Casi escondido en un bonito rincón de nuestra historia, la pequeña plaza de Rivero haciendo de recibidor de la ciudad a todo aquel que entre por la Puerta de Sevilla. En la fachada de una casa del XVIII, espera cada día el sol que ha de marcar las horas imposibles. Alguien, con el tiempo, construyó a su vera sobre la vieja muralla musulmana y le quitó la luz de la hora de cada amanecer. Un reloj que quisiera tocar el sol en su primera hora para abandonarlo al medio día.

Una ciudad donde la hora sería casi mejor que no se fuera, porque conforme avanza, una a una, parece que perdemos la luz que ha de impulsar el funcionamiento de nuestra maquinaria.




Muy cercano, en el arenal de San Sebastián, el convento de los Predicadores. Nada más conquistar Castilla la ciudad al reino Musulmán, se instalaban en ese mismo lugar los dominicos.

Según consta en la cartela, en los años treinta del pasado siglo se colocaba sobre la fachada de la nave principal del convento un gran reloj. Decían, los que lo conocieron en funcionamiento, que su pequeño carrillón sonaba alegremente en los cuartos, las medias y las horas. Todavía hay quien recuerda al lego que, vestido con su hábito a los vientos, caminaba casi al borde de la cornisa para poner a punto la maquinaria día a día.

Dejaron de sonar las campanas, a saber si para siempre, como si no pasara nada. Jerez en silencio.




Caminamos ahora por la calle Larga hasta encontrarnos como un gran anuncio publicitario, encargado al prestigioso arquitecto de la época como un decorado para la calle principal de Jerez. El comercio del vino, en una de sus firmas más significativas, urbanizaba esta confluencia de calles céntricas.

Un reloj sobre una columna de hierro fundido, servía a la vez para señalizar la carretera nacional que entonces pasaba por allí. También es farola, con sus tulipas –sólo queda una- entre hojas de parra y racimos bien trabajadas en la orfebrería. Años de gran vida comercial bodeguera.

Luego vinieron las regulaciones, los arranques, la especulación, la desindustrialización y casi el abandono. El dinero se mal invirtió o se fue para los paraísos, el reloj parado del Gallo Azul sigue sin marcar la hora de empezar a caminar de nuevo.




Seguimos nuestro paseo hasta llegar a una entidad y un edificio que se hicieron realidad, ladrillo a ladrillo, con los pequeños ahorradores de Jerez. La que fue su sede central se quiso situar en la plaza principal de la ciudad, con un edificio al más puro estilo de los sesenta. Coronado por un reloj que fue renovado en su época dorada, daba los toques de las horas por bulerías.

Pero sus gestores, políticos, trabajadores, sindicatos e impositores apostaron más por una fuente de financiación sin límites, que por una entidad de interés social. Aquel proyecto de pequeños ahorradores cayó de forma definitiva.

La ciudad ya no tiene gestión económica en su seno, depende totalmente de sedes y personas alejadas de ella. Las horas por bulerías, seguramente, ya no volverán a sonar nunca más.




Pequeño y coquetón, un regalo para la ciudad que nos acompañó durante muchos años marcando las horas a los cuatro puntos cardinales. Hace ya también muchos años este pequeño big-ben dejó de funcionar quebrado por las chapuzas que acometieron en su interior. Su maquinaria original aún late en el también casi olvidado Museo de Relojes.

Ha presenciado mil episodios de esta ciudad, alegrías y llantos, ilusiones y decepciones, y sobre todo muchas reivindicaciones, la última, ya sin que sonara su tic-tac, la acampada del 15M.

Su estructura, mutilada, sigue ahí, mirando a todos los que pasan, aunque a él ya no lo mira nadie, tan solo las pancartas del edificio sindical del Arenal.




Atravesamos el Arenal y llegamos hasta la Catedral. Un edificio señero de Jerez, su silueta dibuja el paisaje y sus piedras hablan de la historia y la economía de la ciudad durante siglos. Su singular torre aún conserva un reloj en el primer cuerpo de campanas. Aunque dejó de ser Colegial para convertirse en Catedral, su reloj continuó sin las horas.

La ciudad se ha acostumbrado a vivir así bajo la sombra de la torre, nadie necesita su hora, nadie sabe el día que dejó de marcarlas, nadie sabe el por qué. Y sigue erguida, independiente del templo. La ciudad sigue mirando de un lado a otro, independiente de lo que está ocurriendo: sus campos, su industria, su comercio, su patrimonio, etc.




Retrocedemos en nuestros pasos hasta llegar al arrabal, al barrio de San Miguel, la pequeña ermita se convirtió en el gran templo. Jerez en aquellos tiempos, XV – XVI – XVII, era una ciudad donde recibían sus encargos los mejores arquitectos, artistas y artesanos. Bajo el chapitel de su torre-fachada el reloj mira a esa ciudad que lo mimaba, que lo rodeaba de los mejores tesoros en uno de los barrios que mayor auge había tomado con todo el comercio de ultramar.

Pero poco a poco su reloj cae en el olvido, como sus erosionadas piedras de arenisca. El barrio se queda sin su hora pero los minutos siguen pasando, sigue corriendo el tiempo mientras el barrio se aleja cada día de un proyecto de lógica urbanización, autorizándose a destruir todo el patrimonio heredado en siglos.




Cambiamos de rumbo bruscamente y nos encontramos con el espacio que ocupó un convento, luego fue una plaza que se cantaba en los juegos infantiles. Allí un sólido edificio acorde con su tiempo, arquitectura del franquismo. Un edificio que sigue siendo centro de atención del ciudadano, ya no tanto para lo que fue su origen, sino también para otros usos muy distintos.

El reloj que sirvió durante tantos años para ver las tardanzas de los autobuses de la sierra, ya no quiere o, mejor dicho, no puede marcar sus horas. Los autobuses ya tampoco aparcan junto al Colmado o La Moderna de la calle Arcos, y aquella vida de llevar y traer ya parece prohibida en todas las direcciones, como indican las señales de tráfico que miran al reloj.




Tomamos la Porvera hasta llegar a calle Ancha, en la esquina de la calle Lealas otro reloj de sol, este sin sol alguno. A la sombra de la mañana como un mal presagio a las horas que aún le quedan al día.

Continuamos caminando y llegamos a la puerta que daba entrada a las franquicias, y frente a ella el otro gran arrabal, el de Santiago. La eterna rivalidad entre un barrio y otro. Su reloj barroco tuvo la suerte no hace muchos años de volver a marcar horas, y de sonar quizás con una campana electrónica, así son los tiempos.

Este otro gran edificio religioso ha tenido la mala suerte de sufrir constantemente sus quebradizos materiales arquitectónicos y el mal hacer de sus arquitectos. Como la ciudad, Santiago siempre está en un ir y venir, en un subir y un descender. Ahora, también igual que la ciudad, con un proyecto lleno de promesas que ya nadie cree de tantos incumplimientos de los unos y de los otros.




Retornamos por la calle Francos, aquella vía que fue arteria principal, hasta llegar a la Torre de la Atalaya, vigía de la ciudad, sonido a campana cascada. Un precioso conjunto de la cultura de origen musulmán y la cristiana. Torre civil de la ciudad.

Llamada también del reloj, por lo que se le conocía al tener en sus paredes un reloj con autómatas que daban las horas. Ahora en ella ya no podemos contemplar ninguna manilla ni campana si la tuvo, tampoco nos sirve para otear nada, no se puede acceder; solo nos queda admirar su bella arquitectura y algún que otro yerbajo en tiempos de lluvia. La torre, como su ciudad, ha dejado de tener interés.




Por último, aunque aún hay más relojes, nos quedamos en el reloj del Consistorio, marcando las sonoras horas de la administración. El único reloj que nos otorga su hora en la antigua ciudad.

Sobre su campana una estrella de bronce, una rosa de los vientos, de los vientos que soplan cada vez más tormentosos. No nos podemos fiar de sus horas porque, quienes las gobiernan, no saben poner en punto cada hora para alcanzar el tiempo del futuro.

Sin duda, en Jerez ya ha llegado la hora. La hora de dar cuerda a nuestras propias maquinarias y no confiar en las campanadas interesadas de las falsas promesas y proyectos.

José Montero Díaz, 
Plataforma para la Defensa del Patrimonio de Jerez.






NOTA: Desde el blog damos las gracias por su colaboración al autor de este excelente artículo, que expresa a la perfección la decadencia de una ciudad y su patrimonio a través de sus relojes parados. Toda una invitación a la reflexión pero también a la acción.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un recorrido largo, detallado y lleno de historia, nostalgia, lo que fue entonces, la realidad de ahora. Pero estamos ahí Pepe, a seguir con nuestros objetivos.

Estupendo articulo. Gracias.

Rosa dijo...

Sobre su campana una estrella de bronce, una rosa de los vientos, de los vientos que soplan cada vez más tormentosos. No nos podemos fiar de sus horas porque, quienes las gobiernan, no saben poner en punto cada hora para alcanzar el tiempo del futuro.
Pero una nación entera silenciosa se levanta, conocedora que nada se puede hacer con ruido alborotado , un inmenso legado cultural nos acompaña, cayado como nosotros , conocedor de su gran fuerza seguro ; ganara la batalla
Muchas gracias por tan hermoso reportaje
ADPRE