Por aclamación popular continuamos con la sonámbula historia del Engendro de la Semana, la entrada que sale cuando le da la gana.
Salimos
de la abatida Catedral, lugar de regocijo del diablo de Mal Gusto y estrado del
cual han salido y saldrán no pocos condenados a lo más profundo de las luciferinas
cavernas donde penan los que pervierten las divinas proporciones y el decoro sacro.
Junto al monumento a Juan Pablo II, el destartalado diablo, ahíto de tanto
engendro, dio un oruto en toda mi
cara. Su amortajado aliento me hizo perder la conciencia.
Cuando
desperté del piadoso sueño -que para mí, después de lo que había visto y vivido
desde que se me presentó el maldito diablo del Mal Gusto, lo era-, desperté a la
pesadilla de la realidad. Callejeábamos por el demacrado barrio de San Miguel. Nos
habíamos encaramados en una de sus calles, cuando el diablo se detuvo y exclamó
con tono didáctico: “Ahora vas aprender como se desfigura un centro histórico”.
Al oírlo me di un par de manotazos en la cara para ver si despertaba. El
intento fue inútil.
“Para
ello existen dos opciones: la primera es elegir una casa, si es palacio o casa
de vecinos del XVIII mucho mejor. Se la vacía de personas y se la deja
abandonada a su suerte”. “Suerte que será mala, por supuesto”- me dije para mí.
“Del
Ayuntamiento no hay que preocuparse. No le importará un pimiento mientras tenga
al corriente sus pagos de impuestos. Como bien sabes, los regidores municipales han
sido y son mis alumnos más aventajados y fieles en esta tarea. A partir de ese
momento entrarán por sus puertas y ventanas mis otros aliados: el Tiempo, que
no deja piedra sobre piedra, y las bestias avecindadas o transeúntes. A esta podredumbre
humana no les basta con sus pocilgas y zahúrdas particulares para hallar la
satisfacción plena de vivir en la inmundicia y de inmediato colonizan, como gusanos,
estos cuerpos muertos donde una vez habitaron los vivos y que después compraron
otros más vivos. ¡Lástima que las bestias sean seres irracionales y no los
pueda llevar a mis dominios, que buena cosecha haría con ellos!”
“La
otra no hace falta que me la digas, que bien la conozco”- le dije cortándole su
magistral discursito, que se estaba haciendo ya algo pesado.
“Sí,
esa es -me replicó- estás aprendiendo muy rápido. Pero esta segunda lección no
la vas aprender de mí”. “¿De quién entonces, maestro?”. “Ummm, ¿todavía no
sabes de lo que es capaz el lado oscuro?”- me dijo dando una de sus carcajadas.
Unas insultantes carcajadas a las que le respondí haciéndole un chiste malo: “Supongo
que hablas del lado oscuro sobre el que te sientas, ¿no?”. “Anda, déjate de
gracias, que últimamente las almorranas me traen loco. Mira, o mejor, calla y,
sobre todo, escucha”.
De
pronto llegaron a mis oídos palabras que por bien conocidas no eran para mí menos que inauditas. Estaba asistiendo a aquello de lo que tanto había
escuchado hablar a arquitectos y urbanistas y a algunos historiadores del arte
entendidos: el Diálogo entre las Arquitecturas de un Centro Histórico.
Diálogo de arquitecturas en calle Encarmada |
- Amiga, te oigo hablar y sé que te hablo. ¡Esto es un milagro!
- Milagro no, brujería, porque encima entendemos lo que nos decimos, pese
a las madres que nos parió.
- Pues, doy gracias de poder articular palabra y que tú me escuches porque
llevaba tiempo queriendo preguntarte un par de cosillas.
- Ah, ¿sí? ¿Cuáles?
- Allá va la primera: ¿De dónde sacó tu propietario la idea de ese remate
abalaustrado? ¿De algún olvidado tratado de arquitectura?
- ¿Tratado? ¿ezo que es? No, se fijó en los guapos chalets de la barriada
rural de las Tablas, en la ampliación de la venta de Cartuja y, por supuesto,
en los diseños del ínclito y jerezanísimo Jaspes Torremocha.
- Ah!, qué suerte tienes. A mi propietario le va lo moderno, digo, lo contemporáneo.
Ya sabes, eso de cortar y pegar con el ordenador una casa que lo mismo te la
ponen en el centro de Bremen, en la Moraleja o al lado de una casa
del Jerez del siglo XVII, como es el caso de una servidora. El arquitecto que
me engendró dice que soy una casa orgánica… Y yo no me veo diferente a otras de mi
misma casta.
- ¿Orgánica? ¿Y eso por qué?
- No sé, palabrejas para camelar al personal. Porque aquí lo único que se
cría es mojo.
- No te quejes, amiga, que ese acabado metálico te da un aire modernísimo.
Además tienes mucha luz, con esos grandes ventanales. Y, por supuesto, tienes
la bendición del muy pontificio consejo de sabios de Urbanismo, siempre atento,
no a hacer caja, sino a promover la arquitectura de vanguardia y de autor en
los cascos antiguos. Si no fuera así, aún estaríamos en las cuevas…
- Bueno, sí. Pero hace falta dos buenos aires acondicionados, que con
tanta cristalera da un solazo de cojones y esto se recalienta que no veas.
En fin, todo para que seamos civilizados europeos del Norte. Qué le vamos
hacer, allí hace frío, pero están en la vanguardia de la Arquitectura desde
principios del XX. Baah…!, pero el
arquitecto-fotocopia que me diseñó puede decir misa. Esto es Jerez: ¡Yo lo que
quiero es un revestimiento de granito colorado o beige en mi fachada, que eso
es lo que se lleva ahora!
- Pues mi propietario se está pensando en darme un enfoscado colorado
del granito ese y ponerme una decoración guapísima a juego. Ya ha pedido
presupuesto.
Cuando estábamos a punto de saber el presupuesto que el
albañil le había dado al propietario de la casa de la azotea con el pretil abalaustrado
de Leroy Merlin, una voz profunda nos hizo girarnos hacia nuestras espaldas. “Dios
mío, ¡qué Cruz!”, la frase retumbó por encima de nuestras cabezas. Era la torre
de San Miguel, que, como vigía de Jerez, había estado atenta, como nosotros, a
tan disparatado coloquio. Después, el silencio cayó a plomo sobre todo el
barrio.
Juan A. Moreno
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