Varios turistas ante la monumental portada de la iglesia y su puerta cerrada... |
CAPÍTULO III.
RÉGIMEN JURÍDICO.
Artículo 14 Obligaciones de las personas titulares.
1. Las personas propietarias, titulares de derechos o simples poseedoras de bienes integrantes del Patrimonio Histórico Andaluz, se hallen o no catalogados, tienen el deber de conservarlos, mantenerlos y custodiarlos de manera que se garantice la salvaguarda de sus valores. A estos efectos, la Consejería competente en materia de patrimonio histórico podrá asesorar sobre aquellas obras y actuaciones precisas para el cumplimiento del deber de conservación.
2. En el supuesto de bienes y actividades inscritas en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz deberán, asimismo, permitir su inspección por las personas y órganos competentes de la Administración de la Junta de Andalucía, su estudio por las personas investigadoras acreditadas por la misma, así como facilitar la información que pidan las Administraciones Públicas competentes sobre el estado de los bienes y su utilización.
3. Cuando se trate de Bienes de Interés Cultural, además se permitirá la visita pública gratuita, al menos cuatro días al mes, en días y horas previamente señalados, constando esta información de manera accesible y pública a los ciudadanos en lugar adecuado del Bien de Interés Cultural. El cumplimiento de esta obligación podrá ser dispensado total o parcialmente por la Consejería competente en materia de patrimonio histórico cuando medie causa justificada. En el caso de bienes muebles se podrá, igualmente, acordar como obligación sustitutoria el depósito del bien en un lugar que reúna las adecuadas condiciones de seguridad y exhibición durante un período máximo de cinco meses cada dos años o, preferentemente, su préstamo temporal para exposiciones organizadas por la Consejería competente en materia de patrimonio histórico.
4. Reglamentariamente se determinarán las condiciones en que tales deberes deban ser cumplidos.
Este artículo de la Ley de Patrimonio Histórico-Artístico de Andalucía deja bien claras las obligaciones de los propietarios de elementos catalogados como Bienes de Interés Cultural y los derechos que los ciudadanos tenemos en relación al acceso a ellos.
Pero, como siempre, las leyes no dejan de ser mera letra impresa si no hay interés por hacerlas cumplir. Y las de Patrimonio son las primeras que más bien parecen leyes de adorno o, mejor, de atrezzo de una sociedad pretendidamente culta y civilizada, que verdaderas herramientas jurídicas para el formal asiento de ésta.
El caso es que semanas atrás, el consejero de la Junta de Andalucía lanzó a los medios de comunicación un oportunista órdago: que los monumentos religiosos restaurados con dinero público deben ser obligados a abrir gratuitamente sus puertas a las visitas. Estamos de acuerdo, pese a ese puntito demagogo de esta declaración y pese a que la ley contempla excepciones a esta obligación, que pueden ser comprensibles y respetables. Pero Consejero: hay que obligar a los de la iglesia, sí, y a los demás también, no se olvide.
Nunca fue fácil, pero no imposible, franquear la clausura cartujana. Hoy, en cambio, es algo más difícil; para deambular por las entrañas de este Bien de Interés Cultural hay que ser mujer y profesar la orden de Belén. Y es que, con el forzado exilio de los frailes blancos a exóticas tierras en el año 2002, y a instancias del prelado local, a esta congregación se le "regaló" el monasterio para que no perdiera su función cultual. A nadie le importó que con ello se sepultara su función cultural. Sí, que no sólo de rezo vive el alma del Hombre, o de la Mujer.
Hoy quien quiera "visitar" el primer monumento de la provincia se debe conformar con su exterior. Aunque este exterior bien valga una visita, o muchas más. Si se tiene suerte de llegar en horario de misa, se puede vislumbrar, apenas, el interior de la iglesia, pero no más allá de la valiosa reja que separaba a los legos de los frailes. Es en este lugar y ayudada con las espirituales y polifónicas voces de las monjas, donde la imaginación vuela y traspasa los férreos impedimentos. Corremos, así, como almonteño en lunes de Pentecostés, en pos de la sillería de coro, donde Voisin y Valencia escribieron, a golpe de gubia, dorados renglones del Renacimiento español. Contemplamos dentro lo que está vedado para los ojos del resto de los mortales: el refectorio y su plateresco púlpito, los santos de Pedro Roldán, el claustro que diseñara Martínez Montañés, retablos manieristas y barrocos, el tabernáculo que Bernardo Simón de Pineda tallase para la Cartuja de Las Cuevas de Sevilla... Perdemos la vista escrutando los grutescos renacentistas, las bóvedas de crucerías, y se nos seca el seso desentrañando humanistas programas iconográficos. Esculturas en piedra y en madera policromada, fuentes dieciochesas por doquier. Nos rendimos, al fin, a los cinco siglos de historia que impregnados en el aire que alberga estos muros nos calan hasta los huesos... Todo ello, absolutamente todo, en rigurosa clausura; oculto para el profano.
No creemos que la férrea clausura de estas congregación sea un muro infranqueable para concertar visitas regulares por el interior de monasterio. Todo es cuestión de diálogo. Y más sabiendo que el propietario del inmueble es el Estado y que la Ley nos ampara. Y, sobre todo, por una simple razón moral: porque la Cartuja está en pie y es lo que es gracias al pueblo de Jerez.
Pero, como siempre, las leyes no dejan de ser mera letra impresa si no hay interés por hacerlas cumplir. Y las de Patrimonio son las primeras que más bien parecen leyes de adorno o, mejor, de atrezzo de una sociedad pretendidamente culta y civilizada, que verdaderas herramientas jurídicas para el formal asiento de ésta.
El caso es que semanas atrás, el consejero de la Junta de Andalucía lanzó a los medios de comunicación un oportunista órdago: que los monumentos religiosos restaurados con dinero público deben ser obligados a abrir gratuitamente sus puertas a las visitas. Estamos de acuerdo, pese a ese puntito demagogo de esta declaración y pese a que la ley contempla excepciones a esta obligación, que pueden ser comprensibles y respetables. Pero Consejero: hay que obligar a los de la iglesia, sí, y a los demás también, no se olvide.
Y es que ¿cuántos de los BIC de nuestra ciudad poseen ese obligado régimen de visitas gratuitas? O, yendo más lejos, ¿cuántos de ellos se pueden visitar, aunque sea de manera esporádica? Podríamos mencionar el palacio Domecq -con un futuro incierto al que hay que seguir de cerca-, los jardines de las bodegas Harveys o Domecq, o de Tempul... Esto sin hablar de aquellos BICs que por estar clausurados por su estado ruinoso, en espera de prometidas ayudas públicas que no acaban nunca de llegar, no permiten franquear sus dinteles, sino es con grave peligro de quedar hecho torta bajo algún derrumbe. O los que, como el yacimiento de Mesas de Asta, yacen enterrados bajo la ignominioso olvido de las administraciones públicas.
Esto último no es, afortunadamente, el caso del Monasterio de la Cartuja de la Defensión, ese cenobio fundado a fines del siglo XV en las riberas del río Guadalete, y al que tan pomposamente se le llama primer monumento de la provincia. No es chovinismo jerezano, pues fue declarado como monumento nacional en 1856, aunque ello no detuvo el saqueo, la ruina y el abandono que padecía desde el golpe mortal de la desamortización de 1835. Habrá que esperar al regreso de los cartujos en 1948 para que la Cartuja recobre parte del esplendor que alcanzó en los siglos del Antiguo Régimen.
Nunca fue fácil, pero no imposible, franquear la clausura cartujana. Hoy, en cambio, es algo más difícil; para deambular por las entrañas de este Bien de Interés Cultural hay que ser mujer y profesar la orden de Belén. Y es que, con el forzado exilio de los frailes blancos a exóticas tierras en el año 2002, y a instancias del prelado local, a esta congregación se le "regaló" el monasterio para que no perdiera su función cultual. A nadie le importó que con ello se sepultara su función cultural. Sí, que no sólo de rezo vive el alma del Hombre, o de la Mujer.
Hoy quien quiera "visitar" el primer monumento de la provincia se debe conformar con su exterior. Aunque este exterior bien valga una visita, o muchas más. Si se tiene suerte de llegar en horario de misa, se puede vislumbrar, apenas, el interior de la iglesia, pero no más allá de la valiosa reja que separaba a los legos de los frailes. Es en este lugar y ayudada con las espirituales y polifónicas voces de las monjas, donde la imaginación vuela y traspasa los férreos impedimentos. Corremos, así, como almonteño en lunes de Pentecostés, en pos de la sillería de coro, donde Voisin y Valencia escribieron, a golpe de gubia, dorados renglones del Renacimiento español. Contemplamos dentro lo que está vedado para los ojos del resto de los mortales: el refectorio y su plateresco púlpito, los santos de Pedro Roldán, el claustro que diseñara Martínez Montañés, retablos manieristas y barrocos, el tabernáculo que Bernardo Simón de Pineda tallase para la Cartuja de Las Cuevas de Sevilla... Perdemos la vista escrutando los grutescos renacentistas, las bóvedas de crucerías, y se nos seca el seso desentrañando humanistas programas iconográficos. Esculturas en piedra y en madera policromada, fuentes dieciochesas por doquier. Nos rendimos, al fin, a los cinco siglos de historia que impregnados en el aire que alberga estos muros nos calan hasta los huesos... Todo ello, absolutamente todo, en rigurosa clausura; oculto para el profano.
No creemos que la férrea clausura de estas congregación sea un muro infranqueable para concertar visitas regulares por el interior de monasterio. Todo es cuestión de diálogo. Y más sabiendo que el propietario del inmueble es el Estado y que la Ley nos ampara. Y, sobre todo, por una simple razón moral: porque la Cartuja está en pie y es lo que es gracias al pueblo de Jerez.
Juan A. Moreno.
3 comentarios:
Llevo tiempo queriendo visitar un BIC (dolmen) que está en una finca privada y no consigo respuesta alguna. Tuve la suerte en el año 87 de visitar la Cartuja por dentro y he escaneado las diapos Puedes verla en esta entrada: http://josemanuelav.lacoctelera.net/post/2012/09/25/la-cartuja-jerez-por-fuera-y-dentro
Interesante reportaje José Manuel. Sería interesante la visita en la actualidad, por que me parece, por lo poco que se puede ver de la iglesia, que las monjas están arrasando. Y como muestra un botón: el icono neobizantino del más pésimo gusto que han colocado en el retablo mayor donde estaba el san Bruno de Arce que hoy está en el Museo de la Catedral.
En fin, se perdió una oportunidad, preciosa para haber tenido un referente cultural y turístico de primer orden para nuestra ciudad.
En cuanto al tema del dolmen, quizás tengas que ponerte en contacto con la delegación de Cultura para solicitar un permiso, tal y como expresa el artículo de la Ley de Patrimonio que hemos trascrito en la entrada. Algo que también se podría esgrimir, como hemos sugerido, para realizar una visita a la Cartuja.
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